La educación de los hijos |
Aprender a "convivir" con un adolescente de la revista "Hacer Familia" Durante la adolescencia, parece que uno de los principales objetivos de los hijos consiste en destruir el orden establecido. Si hay que cenar a una hora determinada, probablemente lo discutan, lleguen más tarde, se quejen... Y también comenzarán a dejar la ropa tirada en cualquier parte, la cama deshecha, el lavabo desordenado. Y, a pesar de todo, hay que aprestarse a convivir con él, armándose de paciencia y buen humor, pues, en el caso contrario, podemos pasar a engrosar perfectamente la categoría de “enemigos a los que hay que batir”. Años difíciles, sin duda, pero tampoco hay que exagerar. Nuestros hijos han de encontrar en sus padres un refugio seguro donde curar sus heridas de guerra. Uno de los principales peligros en estos años reside en, entendiéndolo bien, involucrarse “demasiado” en la vida de los hijos. Si queremos ganar todas las papeletas para convertirnos en el padre más odiado, probemos a decirle que la música que oye es una porquería, a prohibirle usar su pantalón preferido o a exigirle un tipo de peinado... ¿Experiencia traumática? Existe un mito, ensalzado en muchos libros para padres, que afirma que la adolescencia es una experiencia traumática, horrorosa, que destroza emocionalmente tanto a los padres como a los hijos. Esto no tiene por qué ser así, ni suele ocurrir. Muchas veces, este mito surge de la experiencia personal negativa de muchos autores y de la gente con la que se relacionan; su propio permisivismo filosófico produce efectos nocivos en los chicos que tratan, y han generalizado que esa experiencia no funciona. La exigencia no está reñida con saber abrir la mano, saber pasar por alto situaciones menos importantes, saber reírse de uno mismo. Hemos de convertirnos en conductores profesionales que, dependiendo del terreno y de las condiciones, aceleran o frenan, cambian de marcha o paran a repostar, pero que han de llegar al final del viaje con la mercancía intacta.
Trucos para convivir Para ello, es importante poner en práctica unos trucos para convivir con un adolescente. 1. No tomarlo nunca como algo personal. Para los hijos, lo que antes era motivo de orgullo pasa a ahora a avergonzarles: “Por favor, papá, no seas patético”, “mamá, estás pasada de moda”. Es el momento de saber mantener el sentido del humor y aprender a reírse un poco de sí mismo. Es difícil, porque parecen “irracionales” y nosotros tendemos a reaccionar naturalmente con enfado ante la descortesía. Pero es importante cultivar una perspectiva un tanto distante (sin llegar a parecer despreocupación) y permanecer tan sereno e impertérrito como sea posible, capeando las provocaciones con paciencia. Además, podemos “reírnos” también de las infinitas pulseras que llevan, de las “originales” camisas que llevan iguales todos los adolescentes... 2. Dar responsabilidades. Cuando se produce una tensión aguda en la convivencia con los adolescentes se debe, generalmente, a que se ignora un hecho. Las tiranteces entre padres e hijos suelen originarse por una falta de equilibrio entre la libertad (la independencia) y la responsabilidad. Hay que hacer que los chicos y chicas asuman responsabilidades, para así concederles esa libertad que piden. A mayor libertad, mayor responsabilidad; y a mayor responsabilidad, mayor libertad. Al pedir un aumento de paga, se hablará con él de sus necesidades reales y se acordará, por ejemplo, que él ahorre para el cine o para ropa. Si lo hace así, habrá que dejarle que compre un vestido algo más caro, o vaya al cine con más frecuencia. 3. Una alabanza al día. Hemos de reconocer que en el momento en el que los hijos entran en la adolescencia, las discusiones y los gritos crecen de manera exponencial. Todo lo critican, ante todo se rebelan. A nadie le gusta pasar todo el tiempo bajo un manto de recriminaciones, algo que puede, incluso, hacer perder la confianza depositada en los padres. Por ello, una buena práctica consiste en encontrar al menos algo por lo que alabar o felicitar a los hijos, y hacérselo saber con gracia. “¡Qué bien vestido vas hoy!, te he visto estudiar con mucha concentración, gracias por haberme hecho caso a la primera...”. 4. Temas de conversación amplios. No sólo puede hablarse de cosas importantes sentando a los hijos en una silla y colocándose enfrente de él. “Hijo, tengo que decirte que...”. Una de las maneras de ayudar a madurar a los adolescentes y que aprendan a convivir consiste en tener unos temas de conversación de interés y amplios de los que puedan hablarse en casa. Porque, a veces, nuestras “conversaciones” se reducen a notas, críticas, problemas... A raíz de una llamada de móvil, por ejemplo, se puede hablar de las nuevas tendencias de las telecomunicaciones, de la próxima generación de móviles con Internet, etc. 5. Normas claras y sensatas. Los adolescentes tienen muy desarrollado el sentido de la justicia y de la equidad y, por eso, una causa de los conflictos es la incoherencia en las normas o su arbitrariedad. Los adolescentes, como todos nosotros, necesitan saber qué se espera de ellos. En concreto, deben saber, antes de que ocurra, qué consecuencias derivarán de su desobediencia o negligencia. No les humillan las reglas, si son sensatas, proporcionadas: lo que les humilla es la arbitrariedad, la incoherencia y la excesiva severidad de los castigos que se imponen acaloradamente sin ninguna reflexión. Si el castigo está pactado de antemano, se cortan de raíz ese tipo de discusiones. 6. Se aprende de los errores. A veces, los chicos y chicas pueden aprender mucho de los errores aislados. No se acaba el mundo si nuestro hijo vuelve a casa algo bebido. Hay que actuar con rapidez y decisión para atajar el problema, pero no es el fin. Los hijos han de ver que sabemos distinguir entre lo que es su comportamiento y lo que son ellos mismos. Por esa razón, decir a los hijos que uno se siente defraudado es mucho más efectivo que la explosión de violencia: “Estamos dolidos porque nos has fallado otra vez, pero confiamos en que no cometerás el mismo error dos veces”.
Para pensar... · Es necesaria cierta flexibilidad para no crear problemas donde no tiene por qué haberlos. Por ejemplo, si queremos que llegue a determinada hora por la noche, habrá que darle unos minutos más de margen si llama por teléfono avisando que se ha retrasado. · Para evitar una queja habitual en los adolescentes (los planes familiares son aburridos) se les puede pedir que sean ellos quienes propongan un plan para toda la familia. Así, se consiguen dos objetivos: les damos responsabilidad y creamos lazos familiares. · Los adolescentes han de sentir que se les necesitan, que se cuenta con ellos, que forman parte de una familia con objetivos comunes. Por eso, habría que darles encargos en el hogar, teniendo en cuenta que deben estimular su autoestima y desarrollar su madurez. · Hay que proponerse en serio que si actúan con responsabilidad merecen en correspondencia una mayor libertad, sobre todo si son los mayores de la casa. En caso contrario (negarles libertades, aunque hayan demostrado que son responsables) no les ayudaríamos a desarrollarse. · Para fomentar la convivencia, se puede aprovechar las sobremesas de las comidas para charlar, amigablemente, de cualquier tema. Para ello, es importante intentar comer todos juntos cuantas más veces, mejor.
...Y actuar Para aprender a convivir con un adolescente hay que pararse a pensar en lo que suele ser causa de conflictos en el propio hogar: la alimentación, el vestido, las notas... Se trata de centrar el problema, para dedicarle el tiempo que requiera (si son las notas, el tiempo de estudio, por ejemplo), sin dejar que contamine el resto de la jornada o, incluso, la convivencia. |